jueves, 9 de septiembre de 2010

Reflejos del Pasado: Capitulo 7

Eran las once de la madrugada. Hacía una noche cerrada y entre el negro cielo había una luna llena que no iluminaba demasiado el lúgubre paisaje. De día, incluso durante la puesta de sol, esto era como un gran parque, pero, de noche, y con tan poca luz, el cementerio de Green-Wood daba auténtico pavor. La luz de Wall Street no se filtraba hasta allí. Aún así, eso les vendría bien para hacer lo que iban a hacer. Cuanto menos testigos, mejor.
A su pesar, cada vez que pensaba que se adentrarían en ese cementerio ellas solas, un escalofrío recorría cada milímetro del cuerpo de Diane. “No pasa nada, esto es un cementerio. ¿Qué puede ocurrir aquí, si esto está más muerto que sus huéspedes?” dijo para sus adentros, sarcástica. Pero ese lugar seguía ahuyentándola, como impulsándola, avisándola de que no entrase allí. Pero ya fue demasiado tarde. Patrice, su mejor amiga, ya estaba instándola de que saltase la valla, y, con un pequeño impulso, las dos estuvieron dentro del campo santo. Caminaron y caminaron, bordeando los estanques, la capilla, e incluso Battle Path, y, por fin, llegaron a un pequeño panteón, al mausoleo que estaban buscando. No era muy grande, si no de tamaño mediano, como todos los otros que había en el gran cementerio de Nueva York. Aún construido con mármol blanco, en aquella fría noche se veía negro como el carbón, y mucho más tétrico de lo que Diane se imaginaba. Para llegar hasta él, había que subir un tramo de escaleras, también de mármol blanco, rodeadas de setos que llevaban mucho tiempo sin podarse. El panteón era exteriormente del estilo de un templete romano, pero, interiormente, era de estilo barroco, demasiado recargado. Pertenecía a los antepasados de Patrice, y para llegar a la verdadera cripta, había que bajar unas escaleras que partían de la pequeña capilla que estaba a la altura de la entrada. Patrice parecía muy segura de lo que estaba haciendo. En cambio, Diane no estaba tan segura de ello, parecía al borde de un ataque de pánico. A pesar de ello, intentó mostrarse serena mientras Patrice preparaba todo el material, todavía en la capilla. Habían conseguido dos antorchas a la entrada del mausoleo. Aquello estaba demasiado oscuro, y lo estaría más cuando bajasen a donde se encontraban las tumbas. Mientras que su mejor amiga se había encargado de llevar el cuenco, las velas negras, el agua y el cuchillo, Diane se había llevado un antiguo libro que había pertenecido a su tatarabuela, de la que se decía que fue una bruja. En efecto, iban a hacer un ritual.

Ding...Dong. El reloj acababa de dar las once y media, y tenían que darse prisa en terminar los preparativos, tenerlo todo listo y empezar con el ritual en cuanto diesen las doce. Bajaron con cuidado todas las cosas a la cripta, todavía con las dos antorchas encendidas, las cuáles colocaron a la entrada. Todo estaba en silencio, lo único que se oía eran las pisadas de las botas de las dos chicas. Allí abajo, en cambio, la decoración era austera, y lo único que se encontraba en la pared eran los nichos de más de treinta familiares de Patrice. Diane no pudo contenerse y empezó a temblar, pero no sabía si era de frío, de miedo, o de las dos cosas. Para ser un sitio tan cerrado, había mucha corriente, aunque seguramente sería por la gran humedad que emanaba de la escalera. También había más tumbas fuera de los nichos, con las esquelas con el mismo nombre que los abuelos de la muchacha. Ambas se sentaron en silencio en círculo, y colocaron las tres velas negras en triángulo, dentro del espacio que ellas mismas habían creado. En el centro del círculo se encontraba el agua, el cuenco y el cuchillo. Enfrente suya, a lo lejos, Diane podía vislumbrar un angosto pasillo que daba paso a una verja. Le daban ganas de salir corriendo, pero, ahí esperó. Esperaron y esperaron, y el reloj volvió a sonar.
Ding...dong... Por fin eran las doce. Patrice cogió el cuchillo y se hizo un profundo corte en el brazo izquierdo, del que brotó una gran cantidad de sangre que hizo que cayera en el cuenco. Acto seguido, empezó a leer palabras del antiguo libro de magia, más y más palabras, mientras que su amiga cogía el agua y la vertía cuidadosamente en el cuenco lleno de aquel espeso líquido rojo, intentando que no saltase ni una sola gota fuera del contenedor.
 ¿Y bien? - le preguntó Diane a su amiga - ¿No tenía que pasar nada? O...más bien, ¿qué tenía que pasar?
 No ha...no ha pasado nada...¿tú has notado algo?
 No...nada de nada...
 Deberíamos irnos, Patrice, vamonos...
Pero la chica ya no la oía. Estaba sacudiendo violentamente la cabeza de forma vertical y palabras desconocidas para Diane salían de su boca como borbotones, sin poder parar. Diane quiso gritar, pero le era imposible, su boca no era capaz de emitir sonido alguno. También quiso salir corriendo de allí, pero tampoco fue capaz, sus piernas no respondían a sus órdenes mentales. Tenía paralizados cada uno de sus miembros, con lo que tampoco pudo ayudar a Patrice. Ahora si que estaba muerta de miedo. Mientras, Patrice se convulsionaba de tal manera que acabó tirando el cuenco lleno de sangre y agua, derramándose esta mezcla por el suelo hasta llegar al pie de cada tumba. Diane quería salir tan rápido de allí como le fuese posible. Veía la verja que daba a las afueras del panteón, pero al tiempo sabía que era inalcanzable. De repente, todo paró. Patrice paró de decir extraños vocablos como si de una posesión demoníaca se hubiese tratado.
 ¿Qué...?¿Qué ha pasado? - pronunció Diane con dificultad.
 ¿Diane?
No les dieron tiempo a seguir hablando, puesto que de repente se oyó un golpe y las dos antorchas se apagaron a la vez. Las dos chicas se buscaban, pero eran incapaces de encontrarse. Era como si un abismo las hubiese separado.
 Patrice, ¡¿dónde estás?!
 ¡Estoy aquí!¡No te veo!
 ¡Patrice!¡Sígueme hablando, puede que te encuentre!
Pero cuanto más hablaban, más se separaban. Y, cuanto más se separasen, menos posibilidades tendrían de salir de allí...vivas. Se empezaron a oír golpes que provenían de una tumba, de dos, de tres...hasta que estos se oían de todos los sarcófagos, como si se estuviesen abriendo uno a uno. Y se dejaron de oír golpes. Ahora solo se oían como gemidos, algo que alguna vez pudieron ser palabras, y cuerpos arrastrándose por el suelo hacia donde estaban las chicas. Ellas nunca quisieron ver lo que vieron cuando Patrice sacó un mechero y lo encendió para dar un poco de luz a la habitación. Lo último que se oyó dentro de la cripta fueron los gritos de las chicas: primero de Patrice; después de Diane, intentando arrastrarse hasta la vieja verja sin conseguir abrirla ni un centimetro.

Ese día hacía una noche tranquila en Brooklyn.



Hacía una noche tranquila ese día, pero, en mi cabeza, es como si el Diluvio Universal hubiese arrasado con todo. Necesitaba dormir para recuperar las horas del día anterior, pero no tenía nada de sueño. Asi que en vez de acostarme, salí de mi habitación a escondidas, y me dirigí a uno de mis sitios favoritos en todo el internado. Era un pequeño parque que se encontraba al otro lado de la entrada que daba al colegio, y estaba todo lleno de plantas, flores y enredaderas. Ese lugar era impresionante de día, pero mucho más de noche, y había venido aquí cada vez que necesitaba pensar o recapacitar para algo. Tenía unas vistas fantásticas, incluso se llegaba a ver el mar de lejos. Me senté en uno de los bancos de piedra que había a contemplar el paisaje, como hacía siempre que iba allí. Así conseguía olvidar los quebraderos de cabeza que había tenido más de una vez. Pero no. Esta vez no funcionó, y no sabía por que. Realmente estaba en lo cierto cuando pensaba que aquel chico estaba volviéndome loca. No conseguía quitármelo de la cabeza ni a tiros, y dormir no me ayudaría a que ese pensamiento se desvaneciese como si nunca hubiese existido. Cerré los ojos cuando se levantó una suave brisa, moviendo mi cabello al viento, cuando escuché de nuevo unos sonidos, como de un crujir de ramas. Aún así, permanecí quieta, todavía sentada en el banco. “Hola”, saludó una voz que para mí ya era reconocible. Giré bruscamente la cabeza entonces y abrí los ojos de golpe, para ver a Alexander acercándose a mi.
 Hola, ¿qué haces aquí?
 Podría hacerte la misma pregunta.
 Pero no la has hecho. ¿Puedes contestarme?
 Claro. No podía...no podía dormir – contestó Alexander, realmente franco - ¿y tú?
 Yo tampoco podía. Cuando tengo muchas cosas en la cabeza, necesito relajarme de algún modo. Este es como mi sitio preferido, mi sitio secreto, aunque ahora ya no sea tan secreto.
 ¿Y funciona?
 ¿Que si funciona qué?
 Venir aquí. Quería saber si te descargabas.
 Si, siempre funciona, menos hoy, no se por qué – resoplé, con pocas ganas de hablar. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Me había seguido?
 Tal vez tienes demasiadas cosas en la cabeza. ¿Se puede saber que es lo que tantos quebraderos te está dando?
 No...no es nada...solo...cosas personales...

Sin embargo, el no rechistó. Simplemente calló y se sento a mi lado, observando cuidadosamente mis manos entrelazadas y la pulsera que había cogido al llegar de la habitación. La pulsera de mi hermana.
 ¿Y tu?¿Que hay de ti, Alexander Morgan?
 ¿Qué...qué hay de mi?
 Si...¿qué hay de ti? No sé, eres el nuevo y misterioso chico, algún secreto escondido tendrás...¿o no?
 Yo no tengo secretos.
 Todo el mundo tiene secretos. Y más tarde o más temprano, salen a la luz, aunque lo queramos evitar a toda costa.
 ¿Tú crees?
 No lo creo. Estoy segura de ello.
 ¿Y cuál es tu secreto, Rachelle Williams?
 ¿Mi...mi secreto?
 Si...as dicho que todo el mundo tiene secretos. Cuéntame el tuyo.
 Si quieres que te diga la verdad, no lo sé. Desde que mi padre y mi hermana murieron, no soy la misma. No solo por el hecho de que ya no estén, si no por el hecho de como murieron...mi padre...fue encontrado a la semana...en cambio, a mi hermana nunca la encontraron...
 Vaya, si. Me tendría que haber callado. Recordar estas cosas nunca es bueno.
 Claro que no lo es.
 Y tus amigos...¿lo saben?
 No lo sabía nadie ajeno a la familia, hasta este momento.
 ¿Ni siquiera ellos?
 No soy capaz de contarselo...
 Y...entonces...¿por qué a mi sí?
 No lo sé...me das esa confianza que me dan las personas que han estado conmigo toda la vida – le confesé. En realidad, así me sentía – no entiendo por qué, pero así es. ¿No es extraño?
 Si, la verdad es que...sí.
 Es como, si ya te conociese... de antes, de mucho antes...
 Ajá...
 Pero... - le miré a los ojos sin saber como seguir, cuando noté como me sonrojaba, e intenté disimularlo con una falsa y corta carcajada – es una soberana tontería. No nos conocemos de nada, ¿verdad?
 Claro...claro que no...

Y nos volvimos a sumir en el eterno silencio de la noche.



Estaba tan hermosa cuando se reía, y más cuando un tímido rubor aparecía en sus mejillas. Sus penetrantes ojos azules brillaban como zafiros, y sus jugosos labios parecían estar fabricados de pequeños diamantes. Así que... todavía me recordaba, o por lo menos tenía la vaga sensación de recordarme. Así sería mucho mejor, de mi boca nunca podría salir nada que tuviese que ver con su pasado. Llevaba mucho tiempo buscándola, y no podía volver a perderla cuando por fin la había encontrado, no me lo perdonaría en la vida. Aún así, quería darle explicaciones a todo lo que le había pasado, se lo debía. Estaba sola en el mundo, aunque tuviese a sus amigos con ella, sabiendo que no la abandonarían, pero yo era la única persona que quería llenar el vacío que sentía por dentro, que nunca más se sintiese sola. Pero eso era imposible. Intentar algo así con Rachelle sería descubrirme, no solo a ella, si no a todos los que se encuentran a nuestro alrededor, y sería nuestro fin. Bajé la mirada por miedo a que pudiese leerme los pensamientos solo con mirarme a los ojos, y volví a clavarla en su pulsera.
 Bonita...esclava. ¿Es tuya?
 No, pertenecía, bueno...a mi hermana Abi. Nunca se la había visto, pero deduzco que era suya. La encontré esta mañana enganchada a su diario.
 ¿Conservas su diario?
 Si, aunque... nunca me atreví a abrirlo siquiera. Eran sus secretos, nunca sería capaz de leer algo así, aunque solo fuese por respeto.
 Eso...está bien.
 No. No lo está. Estoy segura de que tu tienes otros tantos problemas, pero me gustaría estar en tu lugar.
 Rachelle, te aseguro que no.
 Y yo te aseguro que si, Alex. Me siento tan sola. Y ya no se en quien confiar. La gente cree que ya me curé de las heridas del pasado. Pero cada vez estoy peor. Y la gente no puede comprenderme porque no está en mi situación. Todos tienen padres, hermanos, una familia que le espera fuera de estas cuatro paredes, a los que van a ver cuando tengan vacaciones de navidad, de verano, o incluso por su cumpleaños. Dormirán en su cálida cama y estarán tranquilos, sabiendo que todo lo que tienen no va a desaparecer de un día a otro. Pero yo no puedo siquiera tener esas ilusiones – Sin poder evitarlo, una empezó a caer una lágrima tras otra por su rostro – y nunca podré volver a tenerlas. Lo único que tengo es tanto miedo y dolor.

Aquellas lágrimas se habían convertido en un llanto tan rápidamente... y yo la comprendía tan bien... todo el dolor que sentía ella lo sentía yo por dentro, y con solo verla llorar se me rompía el corazón. Finalmente, acabó echándose a mis brazos, y yo acabé acunándole como había hecho hace tiempo, como un padre hace con su hija para calmarle y decirle que todo va a salir bien. La diferencia estaba en que, eso ya nunca podría ir a mejor.

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jueves, 9 de septiembre de 2010

Reflejos del Pasado: Capitulo 7

Eran las once de la madrugada. Hacía una noche cerrada y entre el negro cielo había una luna llena que no iluminaba demasiado el lúgubre paisaje. De día, incluso durante la puesta de sol, esto era como un gran parque, pero, de noche, y con tan poca luz, el cementerio de Green-Wood daba auténtico pavor. La luz de Wall Street no se filtraba hasta allí. Aún así, eso les vendría bien para hacer lo que iban a hacer. Cuanto menos testigos, mejor.
A su pesar, cada vez que pensaba que se adentrarían en ese cementerio ellas solas, un escalofrío recorría cada milímetro del cuerpo de Diane. “No pasa nada, esto es un cementerio. ¿Qué puede ocurrir aquí, si esto está más muerto que sus huéspedes?” dijo para sus adentros, sarcástica. Pero ese lugar seguía ahuyentándola, como impulsándola, avisándola de que no entrase allí. Pero ya fue demasiado tarde. Patrice, su mejor amiga, ya estaba instándola de que saltase la valla, y, con un pequeño impulso, las dos estuvieron dentro del campo santo. Caminaron y caminaron, bordeando los estanques, la capilla, e incluso Battle Path, y, por fin, llegaron a un pequeño panteón, al mausoleo que estaban buscando. No era muy grande, si no de tamaño mediano, como todos los otros que había en el gran cementerio de Nueva York. Aún construido con mármol blanco, en aquella fría noche se veía negro como el carbón, y mucho más tétrico de lo que Diane se imaginaba. Para llegar hasta él, había que subir un tramo de escaleras, también de mármol blanco, rodeadas de setos que llevaban mucho tiempo sin podarse. El panteón era exteriormente del estilo de un templete romano, pero, interiormente, era de estilo barroco, demasiado recargado. Pertenecía a los antepasados de Patrice, y para llegar a la verdadera cripta, había que bajar unas escaleras que partían de la pequeña capilla que estaba a la altura de la entrada. Patrice parecía muy segura de lo que estaba haciendo. En cambio, Diane no estaba tan segura de ello, parecía al borde de un ataque de pánico. A pesar de ello, intentó mostrarse serena mientras Patrice preparaba todo el material, todavía en la capilla. Habían conseguido dos antorchas a la entrada del mausoleo. Aquello estaba demasiado oscuro, y lo estaría más cuando bajasen a donde se encontraban las tumbas. Mientras que su mejor amiga se había encargado de llevar el cuenco, las velas negras, el agua y el cuchillo, Diane se había llevado un antiguo libro que había pertenecido a su tatarabuela, de la que se decía que fue una bruja. En efecto, iban a hacer un ritual.

Ding...Dong. El reloj acababa de dar las once y media, y tenían que darse prisa en terminar los preparativos, tenerlo todo listo y empezar con el ritual en cuanto diesen las doce. Bajaron con cuidado todas las cosas a la cripta, todavía con las dos antorchas encendidas, las cuáles colocaron a la entrada. Todo estaba en silencio, lo único que se oía eran las pisadas de las botas de las dos chicas. Allí abajo, en cambio, la decoración era austera, y lo único que se encontraba en la pared eran los nichos de más de treinta familiares de Patrice. Diane no pudo contenerse y empezó a temblar, pero no sabía si era de frío, de miedo, o de las dos cosas. Para ser un sitio tan cerrado, había mucha corriente, aunque seguramente sería por la gran humedad que emanaba de la escalera. También había más tumbas fuera de los nichos, con las esquelas con el mismo nombre que los abuelos de la muchacha. Ambas se sentaron en silencio en círculo, y colocaron las tres velas negras en triángulo, dentro del espacio que ellas mismas habían creado. En el centro del círculo se encontraba el agua, el cuenco y el cuchillo. Enfrente suya, a lo lejos, Diane podía vislumbrar un angosto pasillo que daba paso a una verja. Le daban ganas de salir corriendo, pero, ahí esperó. Esperaron y esperaron, y el reloj volvió a sonar.
Ding...dong... Por fin eran las doce. Patrice cogió el cuchillo y se hizo un profundo corte en el brazo izquierdo, del que brotó una gran cantidad de sangre que hizo que cayera en el cuenco. Acto seguido, empezó a leer palabras del antiguo libro de magia, más y más palabras, mientras que su amiga cogía el agua y la vertía cuidadosamente en el cuenco lleno de aquel espeso líquido rojo, intentando que no saltase ni una sola gota fuera del contenedor.
 ¿Y bien? - le preguntó Diane a su amiga - ¿No tenía que pasar nada? O...más bien, ¿qué tenía que pasar?
 No ha...no ha pasado nada...¿tú has notado algo?
 No...nada de nada...
 Deberíamos irnos, Patrice, vamonos...
Pero la chica ya no la oía. Estaba sacudiendo violentamente la cabeza de forma vertical y palabras desconocidas para Diane salían de su boca como borbotones, sin poder parar. Diane quiso gritar, pero le era imposible, su boca no era capaz de emitir sonido alguno. También quiso salir corriendo de allí, pero tampoco fue capaz, sus piernas no respondían a sus órdenes mentales. Tenía paralizados cada uno de sus miembros, con lo que tampoco pudo ayudar a Patrice. Ahora si que estaba muerta de miedo. Mientras, Patrice se convulsionaba de tal manera que acabó tirando el cuenco lleno de sangre y agua, derramándose esta mezcla por el suelo hasta llegar al pie de cada tumba. Diane quería salir tan rápido de allí como le fuese posible. Veía la verja que daba a las afueras del panteón, pero al tiempo sabía que era inalcanzable. De repente, todo paró. Patrice paró de decir extraños vocablos como si de una posesión demoníaca se hubiese tratado.
 ¿Qué...?¿Qué ha pasado? - pronunció Diane con dificultad.
 ¿Diane?
No les dieron tiempo a seguir hablando, puesto que de repente se oyó un golpe y las dos antorchas se apagaron a la vez. Las dos chicas se buscaban, pero eran incapaces de encontrarse. Era como si un abismo las hubiese separado.
 Patrice, ¡¿dónde estás?!
 ¡Estoy aquí!¡No te veo!
 ¡Patrice!¡Sígueme hablando, puede que te encuentre!
Pero cuanto más hablaban, más se separaban. Y, cuanto más se separasen, menos posibilidades tendrían de salir de allí...vivas. Se empezaron a oír golpes que provenían de una tumba, de dos, de tres...hasta que estos se oían de todos los sarcófagos, como si se estuviesen abriendo uno a uno. Y se dejaron de oír golpes. Ahora solo se oían como gemidos, algo que alguna vez pudieron ser palabras, y cuerpos arrastrándose por el suelo hacia donde estaban las chicas. Ellas nunca quisieron ver lo que vieron cuando Patrice sacó un mechero y lo encendió para dar un poco de luz a la habitación. Lo último que se oyó dentro de la cripta fueron los gritos de las chicas: primero de Patrice; después de Diane, intentando arrastrarse hasta la vieja verja sin conseguir abrirla ni un centimetro.

Ese día hacía una noche tranquila en Brooklyn.



Hacía una noche tranquila ese día, pero, en mi cabeza, es como si el Diluvio Universal hubiese arrasado con todo. Necesitaba dormir para recuperar las horas del día anterior, pero no tenía nada de sueño. Asi que en vez de acostarme, salí de mi habitación a escondidas, y me dirigí a uno de mis sitios favoritos en todo el internado. Era un pequeño parque que se encontraba al otro lado de la entrada que daba al colegio, y estaba todo lleno de plantas, flores y enredaderas. Ese lugar era impresionante de día, pero mucho más de noche, y había venido aquí cada vez que necesitaba pensar o recapacitar para algo. Tenía unas vistas fantásticas, incluso se llegaba a ver el mar de lejos. Me senté en uno de los bancos de piedra que había a contemplar el paisaje, como hacía siempre que iba allí. Así conseguía olvidar los quebraderos de cabeza que había tenido más de una vez. Pero no. Esta vez no funcionó, y no sabía por que. Realmente estaba en lo cierto cuando pensaba que aquel chico estaba volviéndome loca. No conseguía quitármelo de la cabeza ni a tiros, y dormir no me ayudaría a que ese pensamiento se desvaneciese como si nunca hubiese existido. Cerré los ojos cuando se levantó una suave brisa, moviendo mi cabello al viento, cuando escuché de nuevo unos sonidos, como de un crujir de ramas. Aún así, permanecí quieta, todavía sentada en el banco. “Hola”, saludó una voz que para mí ya era reconocible. Giré bruscamente la cabeza entonces y abrí los ojos de golpe, para ver a Alexander acercándose a mi.
 Hola, ¿qué haces aquí?
 Podría hacerte la misma pregunta.
 Pero no la has hecho. ¿Puedes contestarme?
 Claro. No podía...no podía dormir – contestó Alexander, realmente franco - ¿y tú?
 Yo tampoco podía. Cuando tengo muchas cosas en la cabeza, necesito relajarme de algún modo. Este es como mi sitio preferido, mi sitio secreto, aunque ahora ya no sea tan secreto.
 ¿Y funciona?
 ¿Que si funciona qué?
 Venir aquí. Quería saber si te descargabas.
 Si, siempre funciona, menos hoy, no se por qué – resoplé, con pocas ganas de hablar. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Me había seguido?
 Tal vez tienes demasiadas cosas en la cabeza. ¿Se puede saber que es lo que tantos quebraderos te está dando?
 No...no es nada...solo...cosas personales...

Sin embargo, el no rechistó. Simplemente calló y se sento a mi lado, observando cuidadosamente mis manos entrelazadas y la pulsera que había cogido al llegar de la habitación. La pulsera de mi hermana.
 ¿Y tu?¿Que hay de ti, Alexander Morgan?
 ¿Qué...qué hay de mi?
 Si...¿qué hay de ti? No sé, eres el nuevo y misterioso chico, algún secreto escondido tendrás...¿o no?
 Yo no tengo secretos.
 Todo el mundo tiene secretos. Y más tarde o más temprano, salen a la luz, aunque lo queramos evitar a toda costa.
 ¿Tú crees?
 No lo creo. Estoy segura de ello.
 ¿Y cuál es tu secreto, Rachelle Williams?
 ¿Mi...mi secreto?
 Si...as dicho que todo el mundo tiene secretos. Cuéntame el tuyo.
 Si quieres que te diga la verdad, no lo sé. Desde que mi padre y mi hermana murieron, no soy la misma. No solo por el hecho de que ya no estén, si no por el hecho de como murieron...mi padre...fue encontrado a la semana...en cambio, a mi hermana nunca la encontraron...
 Vaya, si. Me tendría que haber callado. Recordar estas cosas nunca es bueno.
 Claro que no lo es.
 Y tus amigos...¿lo saben?
 No lo sabía nadie ajeno a la familia, hasta este momento.
 ¿Ni siquiera ellos?
 No soy capaz de contarselo...
 Y...entonces...¿por qué a mi sí?
 No lo sé...me das esa confianza que me dan las personas que han estado conmigo toda la vida – le confesé. En realidad, así me sentía – no entiendo por qué, pero así es. ¿No es extraño?
 Si, la verdad es que...sí.
 Es como, si ya te conociese... de antes, de mucho antes...
 Ajá...
 Pero... - le miré a los ojos sin saber como seguir, cuando noté como me sonrojaba, e intenté disimularlo con una falsa y corta carcajada – es una soberana tontería. No nos conocemos de nada, ¿verdad?
 Claro...claro que no...

Y nos volvimos a sumir en el eterno silencio de la noche.



Estaba tan hermosa cuando se reía, y más cuando un tímido rubor aparecía en sus mejillas. Sus penetrantes ojos azules brillaban como zafiros, y sus jugosos labios parecían estar fabricados de pequeños diamantes. Así que... todavía me recordaba, o por lo menos tenía la vaga sensación de recordarme. Así sería mucho mejor, de mi boca nunca podría salir nada que tuviese que ver con su pasado. Llevaba mucho tiempo buscándola, y no podía volver a perderla cuando por fin la había encontrado, no me lo perdonaría en la vida. Aún así, quería darle explicaciones a todo lo que le había pasado, se lo debía. Estaba sola en el mundo, aunque tuviese a sus amigos con ella, sabiendo que no la abandonarían, pero yo era la única persona que quería llenar el vacío que sentía por dentro, que nunca más se sintiese sola. Pero eso era imposible. Intentar algo así con Rachelle sería descubrirme, no solo a ella, si no a todos los que se encuentran a nuestro alrededor, y sería nuestro fin. Bajé la mirada por miedo a que pudiese leerme los pensamientos solo con mirarme a los ojos, y volví a clavarla en su pulsera.
 Bonita...esclava. ¿Es tuya?
 No, pertenecía, bueno...a mi hermana Abi. Nunca se la había visto, pero deduzco que era suya. La encontré esta mañana enganchada a su diario.
 ¿Conservas su diario?
 Si, aunque... nunca me atreví a abrirlo siquiera. Eran sus secretos, nunca sería capaz de leer algo así, aunque solo fuese por respeto.
 Eso...está bien.
 No. No lo está. Estoy segura de que tu tienes otros tantos problemas, pero me gustaría estar en tu lugar.
 Rachelle, te aseguro que no.
 Y yo te aseguro que si, Alex. Me siento tan sola. Y ya no se en quien confiar. La gente cree que ya me curé de las heridas del pasado. Pero cada vez estoy peor. Y la gente no puede comprenderme porque no está en mi situación. Todos tienen padres, hermanos, una familia que le espera fuera de estas cuatro paredes, a los que van a ver cuando tengan vacaciones de navidad, de verano, o incluso por su cumpleaños. Dormirán en su cálida cama y estarán tranquilos, sabiendo que todo lo que tienen no va a desaparecer de un día a otro. Pero yo no puedo siquiera tener esas ilusiones – Sin poder evitarlo, una empezó a caer una lágrima tras otra por su rostro – y nunca podré volver a tenerlas. Lo único que tengo es tanto miedo y dolor.

Aquellas lágrimas se habían convertido en un llanto tan rápidamente... y yo la comprendía tan bien... todo el dolor que sentía ella lo sentía yo por dentro, y con solo verla llorar se me rompía el corazón. Finalmente, acabó echándose a mis brazos, y yo acabé acunándole como había hecho hace tiempo, como un padre hace con su hija para calmarle y decirle que todo va a salir bien. La diferencia estaba en que, eso ya nunca podría ir a mejor.

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